viernes, 3 de febrero de 2012

EL LAICISMO EXCLUYENTE

Como indiqué al inicio de este blog, en el tienen cabida todos los temas y opiniones que expresadas de manera respetuosa y con un inequivoco carácter católico se pueden tener sobre las distintas situaciones que se plantean en la sociedad actual. En este sentido hoy colabora en el mismo Manuel de la Peña Valverde, oficial del Cabildo de Gobierno de la Cofradía de la Sagrada Pasión de Cristo quien desgrana alguna de las vertientes de lo que titula "El laicismo excluyente". Como siempre, le doy las gracias por su participación y le invito a nuevas intervenciones.

El marco que ha tomado como referencia gran parte de nuestra sociedad y que sirve para orientar el criterio y los juicios de la gente, ya no es cristiano, y esto explica, a mi modo de ver, la dificultad para hacer inteligible el mensaje y la desorientación que a menudo se apodera de los creyentes. Este nuevo marco de referencia, llamémosle el laicismo de la exclusión, niega el pluralismo de la sociedad y el reconocimiento del “otro”, a pesar de que en teoría lo predica. Es una manifestación radical de intolerancia que hace menos democrática la sociedad porque atenta contra la libertad y el ejercicio de derechos fundamentales como el del libre ejercicio y la manifestación de la propia religión. Practica el totalitarismo de pretender que en la vida pública sólo puede estar presente la concepción laicista y tiene la voluntad de liquidar el hecho religioso de la sociedad. Pero el laicismo de la exclusión religiosa ha fracasado en su afán de construir un modelo social sostenible sin el soporte que le aporta, o mejor dicho, le aportaba, la concepción cristiana. De ahí, el crecimiento de la lucha antirreligiosa, de la crítica, ridiculización y deformación del hecho religioso, y de su intento por liquidar toda presencia religiosa del espacio público con el fin de lograr la hegemonía cultural y política. Vivimos en una sociedad que basa sus principios en la “cultura de la muerte”, en contra de la defensa de la vida y los derechos fundamentales de las personas. Así, los atentados fundamentalistas que viene sufriendo la familia y la defensa de la vida, llámense matrimonios homosexuales, aborto, clonación embrionaria o eutanasia, son signos inequívocos de una sociedad vacía en sus comportamientos morales y preocupada por todo aquello que le produzca un disfrute inmediato de la vida, independientemente de sus trágicas consecuencias sociales y para el propio individuo. El progresivo deterioro del modelo familiar, base social primario de la sociedad, está relacionado con el rechazo del modelo familiar deseable y la asunción de que todo tipo de relación y estructura es igualmente válida. Si aceptáramos como válida todo tipo de relación, el compromiso mutuo de tener un vínculo estable capaz de generar y educar descendencia humana por sí mismo no necesitaría de la figura masculina y femenina, ni constituiría un tipo de relación única y vital, entonces el fundamento que hace estable y sostiene a la sociedad estaría acabado.


Esta ideología hegemónica a la que me estoy refiriendo niega que exista un canon familiar, un modelo de familia deseable; la compuesta por un hombre, una mujer y sus hijos, que puede ampliarse a otros ámbitos de relaciones de consanguinidad, dotada de estabilidad, basada en la fidelidad, en la asistencia mutua, la generosidad, modelo de enseñanza y transmisión de valores, también espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad. Ningún poder puede abolir el derecho natural al matrimonio ni modificar sus características ni su finalidad; y no puede negar a la familia su específica y original dimensión social, lugar primario de relaciones interpersonales. Oponerse a otro tipo de los erróneamente llamados “matrimonios” no es la propugnación de ningún tipo de discriminación en los derechos personales, es negarse a la equiparación legislativa entre la familia y las “uniones de hecho”. Porque ello se traduce en un descrédito del modelo de familia, que no se puede realizar en una relación de escasa duración y estabilidad entre personas, sino sólo en una unión permanente originada en el matrimonio, es decir, fundado sobre una elección recíproca y libre de un hombre y una mujer que implica la plena unión conyugal orientada a la procreación.
Otra de las prácticas que incorpora esta cultura de la transgresión, es la voluntad de alterar la naturaleza humana mediante la manipulación genética de los hijos que tienen que nacer y la liquidación de los no nacidos por “taras genéticas”. La clonación es contraria a la dignidad de la procreación humana porque se realiza en ausencia total del acto de amor personal entre los esposos. Este tipo de reproducción representa una forma de dominio total sobre el individuo reproducido por parte de quien lo reproduce. El hecho de que la clonación se realice para reproducir embriones de los cuales extraer células que pueden usarse con fines terapéuticos no atenúa la gravedad moral, porque además para extraer tales células el embrión primero debe ser producido y después eliminado.

En cuanto a los “medios” para la procreación responsable, mi rechazo como moralmente ilícito al aborto. El aborto es un delito abominable y constituye siempre un desorden moral particularmente grave; lejos de ser un derecho, es más bien un triste fenómeno que contribuye gravemente a difundir una mentalidad contra la vida. 

Mediante el aborto, la madre no aprende a querer, sino que mata a su propio hijo para resolver sus problemas. Y mediante el aborto se le dice al padre que no tiene ninguna responsabilidad con el niño que ha traído al mundo. De manera que el aborto no está enseñando a querer, sino a utilizar la violencia para conseguir lo que quiere. Por esto el mayor destructor del amor y de la paz es el aborto. Sólo en nuestro país, en el año 2005, se produjeron alrededor de 80.000 abortos, y quizás sea el momento definitivo de decir ¡no a la muerte de más inocentes!
La eutanasia es un acto que busca provocar la muerte a una persona enferma y comporta graves consecuencias familiares, sociales, médicas, éticas y políticas. Porque pocas, muy pocas personas gravemente enfermas quieren morir, sobre todo si están acompañadas y atendidas, y sus dolores, mitigados.


Nacer y morir no son más que hechos y sólo hechos, radicales, y no admiten duda. Precisamente por esto no pueden considerarse dignos o indignos según las circunstancias en que se den, por la sencilla y elemental razón de que el ser humano siempre, y en todo caso, es excepcionalmente digno. El derecho a la vida, desde su concepción hasta su conclusión natural, condiciona y prevalece sobre el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta la ilicitud de toda forma de aborto provocado y de eutanasia.
Desde estas líneas quiero invitaros a todos, como católicos, cofrades y miembros de la Iglesia, a ser conscientes de que nuestra misión, esencialmente religiosa, incluye la defensa y el respeto por la justicia y la promoción de los derechos fundamentales del hombre. Nuestro compromiso pastoral se debe desarrollar en una doble dirección: de anuncio del fundamento cristiano de los derechos del hombre y de denuncia de las violaciones de estos derechos. Esto nos exige a todos nosotros un compromiso activo y una responsabilidad en la defensa de la verdad, la libertad, la justicia y el amor, un compromiso que debe abarcar todos los ámbitos de nuestra vida personal y en comunidad. Una exigencia que debe plasmarse en una coherencia entre nuestros valores morales católicos y nuestro quehacer cotidiano en sus diferentes ámbitos (familiares, sociales, religiosos, políticos, etc.).



Bibliografía:

Camacho Laraña, Ildefonso. Doctrina social de la Iglesia: quince claves para su comprensión. Bilbao. Desclée de Brouwer. 2000.
Biblioteca de autores cristianos. Compendio de la doctrina social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. Madrid. Ed. Planeta. 2005.
Miró i Ardèvol, Josep. El desafío cristiano. Propuestas para una acción social cristiana. Barcelona. 
Ed. Planeta. 2005.

Todas las imágenes están tomadas de internet


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