Hoy comienzan en este blog una serie de interesantísimas colaboraciones escritas por personas relevantes en la materia y que tienen como tema central a la Cofradía Penitencial de la Pasión. Comenzamos con Lourdes Amigo Vázquez, Doctora en Historia por la Universidad de Valladolid y buena amiga de la Cofradía a quien desde aquí doy las gracias por su amabilidad y emplazo para nuevas colaboraciones.
Fundada en 1531, la larga vida de la Cofradía de la Pasión está jalonada de grandes acontecimientos. En esta ocasión vamos a ocuparnos de uno de los más importantes que tuvo lugar en la Época Moderna (siglos XVI-XVIII), como fue la colocación del Santísimo Sacramento en su iglesia para servir de ayuda parroquial a la de San Lorenzo. Tal hecho aconteció en 1707 y, como no podía ser de otra forma en aquella sociedad sacralizada y festiva, fue celebrado, como se indica en los libros de la cofradía, con "lucimiento y solemnidad", es decir, con magnificas fiestas (1).
En el Valladolid
moderno, las cinco penitenciales se convirtieron en cofradías poderosas, que
contaban con templo propio y con una gran proyección pública, como se ponía de
manifiesto en sus fiestas, muchas de las cuales se encontraban entre las
grandes celebraciones de la urbe, caracterizadas por su boato y magnificencia.
Además de las procesiones de Semana Santa, de participar en las rogativas
públicas ejerciendo la disciplina, las penitenciales disponían de sus fiestas
alegres, sus fiestas de gloria de carácter ordinario, así como también
extraordinario, por la conclusión de obras en su iglesia, la colocación de una
imagen, el dorado de un retablo... Precisamente, las fiestas de la Pasión de 1707, en
celebración de un acontecimiento extraordinario, van a hacerse coincidir con su
función anual, tal era la de San Juan Degollado, el 29 de agosto.
No
nos debe sorprender que las cofradías penitenciales destacaran por su furor
festivo. Aquella era una sociedad sacralizada, que tendía a exteriorizar su
extremada religiosidad, a la vez que necesitada de olvidar momentáneamente su
miseria y desigualdad cotidianas e imbuida de los ideales aristocráticos, más
inclinados al ocio que al trabajo. Por ende, la fiesta era un producto de
primera necesidad para los hombres y mujeres de los siglos modernos. Por otra
parte, en aquella sociedad jerárquica y corporativa, en la que sus
protagonistas debían asegurarse la posición lograda a través del prestigio,
toda fiesta se convertía en un escenario privilegiado para que los individuos,
pero sobre todo las distintas instituciones, comunidades y grupos sociales
hicieran exhibición de su autoridad y posición social. Así pues, las
celebraciones de toda cofradía, penitencial o no, se convertían en un escenario
de devoción, pero también de regocijo. Al mismo tiempo, la fiesta era, sin
duda, el mejor escaparate público de las cofradías y de sus miembros. Más aún
teniendo en cuenta que sus individuos, procedentes en su mayoría de los grupos
medios y populares (es decir de los no privilegiados), no disponían de muchas
otras formas de destacar socialmente.
Una
nueva oportunidad para mostrar su fervor religioso y exhibirse ante sus
convecinos se presentó a la
Pasión en 1707. Un año antes, en el cabildo celebrado el 5 de
abril, Andrés de Arce, diputado de la cofradía, había propuesto lo siguiente:
“como
el susodicho y otros señores diputados y cofrades y personas celosas, mobidos
de su debozión y celo, abían discurrido que, mediante que esta santa confradía
es de las primeras de penitencia, y que todas las funciones, así precisas como
las boluntarias que se an ofrecido, las a ejecutado con la mayor hostentación,
y que mediante en las dos cofradías de la Santa Bera Cruz y la de las Angustias estava
colocado el Santísimo Sacramento, proponía a esta cofradía se sirbiese de
resolber se hiciese lo mesmo, se colocase su Dibina Magestad Sacramentado en su
iglesia”.
Así pues, tras haberlo ya realizado la Vera Cruz y las
Angustias, miembros de la cofradía de la Pasión deseaban que se colocara el Santísimo en
su iglesia; después vendrán, en 1729 y 1734, las cofradías de Jesús Nazareno y
de la Piedad. Sin
embargo, un grave problema se presentaba: los crecidos gastos que tal
celebración acarrearían a la hermandad. Y es que la situación de las
penitenciales a principios del XVIII ya no era tan propicia como había sido un
siglo antes. Como escribe Manuel Canesi, en el Seiscientos “andaban las cinco
cofradías penitenciales en regocijadas competencias, sin excederse, por quién
más divertía al pueblo” (2). Pero ya en 1684, la Pasión señalaba que “en vez de tener aumento esta
cofradía se alla con alguna diminuzión”; así, “la calamidad y penuria de los
tiempos” ocasionaba “el que no se puedan executar en la festividad de la Degollación del
glorioso precursor San Juan Bautista, patrón desta cofradía, los regocijos
públicos y festejos en que con tanta obstentación y afecto se a ejercitado”(3).
De todas formas, si bien es cierto
que sobresalió el siglo XVII, las penitenciales todavía mantendrán un talante
festivo muy acusado durante buena parte de la primera mitad del XVIII, hasta
que llegue la crisis, tanto interna como de manos de la Ilustración. Desde
finales del XVII ya no podían mantener los grandes regocijos periódicos anuales
de sus fiestas de gloria, aunque todavía podrán deslumbrar durante algunas
décadas en aquéllos de carácter extraordinario, como serán los de 1707.
Así pues, en aquella reunión
celebrada por los cofrades de la
Pasión el 5 de abril de 1706 no se resolvió todavía la
colocación del Santísimo Sacramento, pero sí el informarse, para hacerse una
idea de los gastos, de cómo se había ejecutado semejante función por la Vera Cruz, en 1689, para
servir de ayuda de parroquia a la de San Miguel. Pocos días después, el 11 de
abril, a la vista de la documentación, “por todos los dichos señores que
estavan presentes, unánimes y conformes, se acordó que se aga la dicha
colocación”. Para llevarla a buen fin, primero fue necesario lograr licencia
del obispo de Valladolid y alcanzar un acuerdo con la iglesia parroquial de San
Lorenzo. Se estrechaban así los vínculos entre esta parroquia y la Pasión, que se encontraba
situada en su distrito. Si hasta entonces todos los años la cofradía
contribuía, según concordia, con 2.000 maravedíes a la fábrica parroquial, a
partir de entonces debería hacerlo con otros 3.740 maravedíes, por razón de los
ornamentos que se llevarían de la fábrica para las funciones que se hicieran en
la iglesia de la Pasión (4).
Pero
lo más importante y complicado para la cofradía era el cómo costear las
fiestas. Los oficiales, diputados y cofrades contribuyeron económicamente, cada
uno con lo que pudo, a la vez que diversos cofrades fueron nombrados para pedir
limosna durante los días que durasen las celebraciones. También se utilizó una
vía de financiación ya conocida entonces pero que acabará por consolidarse a lo
largo del siglo XVIII, tal era el conceder honores de diputado a diversos
individuos –puesto que tradicionalmente sólo se obtenía tras haber ejercido una
alcaldía− a cambio de un pago, en dinero
o en especie. Fueron numerosos los que lograron por este método un cargo
preeminente en la cofradía. Por ejemplo, se dieron honores de diputado a
Sebastián Fernández, mercader de sedas, y a su hijo, los cuales ofrecieron
diversos objetos para el culto. Por su parte, Manuel Cubillano dio 600 reales.
Tampoco faltó, como era habitual, la ayuda del resto de las cofradías
penitenciales, organizando algún regocijo, así como del Ayuntamiento
vallisoletano, quien también fue convidado para asistir a las celebraciones. Y
esta circunstancia, el que las penitenciales lograsen para sus grandes fiestas
la presencia y el apoyo económico de la Ciudad o Ayuntamiento no hace sino poner de
patente el poder del que estaban revestidas.
A
finales de agosto de 1707, tras largos preparativos, todo estaba dispuesto para
dar comienzo, la víspera de la
Degollación de San Juan Bautista, a las grandes
celebraciones, que contarían con una magnífica procesión, funciones de iglesia
y fuegos de artificio. Los tiempos no parecían propicios para más regocijos,
dada además la situación bélica que se vivía, ya que nos encontramos en plena
Guerra de Sucesión. Así se lo había recordado a la Pasión la cofradía de la Cruz. Ésta había ofrecido
contribuir a las fiestas con un altar callejero, un claro para la procesión de
cincuenta diputados y un grupo de danzantes. En opinión de la Cruz no era mucho, “pero lo
estrecho y fatal del tiempo, con las continuas guerras, hera motibo tan
justificado como notorio para no alentarse con hazer mayores demostraziones”.
Sin
embargo, la guerra acabó beneficiando a la celebración, a diferencia de lo que
sucederá pocos años después, en 1710, con la colocación de Nuestra Señora de
las Angustias en su nueva capilla. En esta segunda ocasión, según cuenta Manuel
Canesi, las fiestas tendrán que reducirse, por hallarse las tropas austracistas
casi a las puertas de Valladolid (5). En cambio, en 1707, las fiestas de la Pasión se ampliaron, al
coincidir con una alegre noticia para el bando borbónico, como era el nacimiento
del príncipe Luis, hijo de Felipe V. Religión y política mostraban una vez más
sus íntimas conexiones.El
26 de agosto llegó a Valladolid la noticia del tan deseado natalicio regio (que
había tenido lugar un día antes). Según se recoge en los libros de la cofradía,
nada menos que había “sido servido su Magestad Divina echar a luz para la paz y
concordia destos reynos un ynfante llamado Luis”. Ese mismo día,
“para
zelebrar en lo posible tan gustosa y deseada noticia, dispusieron los señores
alcaldes que la danza que havía de salir en la procesión de la colocazión se
anticipase y saliese por las calles, publicando gozo y alegría. Ejecutóse y se
componía de onze personas con tres ynstrumentos de guitarra, violín y tiple,
vestidos sus casacas con muchas colonias a forma de faralá. Y salieron por
todas las calles, visitando a los señores Presidente [de la Chancillería] y
corregidor, danzando con mucha destreza y arte (...). De manera que por lo
extrahordinario y nunca visto causó gran novedad”.
Asimismo, en el último momento, la Pasión decidió organizar
una fiesta de toros para el 31 de agosto. “De cuya resoluzión se dio parte a la Ziudad, quien estimó mucho
este festejo, así por ser en ocasión como por dilatar los suyos a la notizia
del felix subzeso de nuestro príncipe”.
Así pues, las celebraciones ya
comenzaron el 26 de agosto (6). Al día siguiente, puesto que las cofradías de la Cruz y la Piedad llevaban sus
imágenes a los altares efímeros que habían levantado para la procesión, la
cofradía determinó salir a recibirlas al Ochavo, “con muchas achas y dezencia”.
El 28 de agosto era el día grande. Por
la mañana tuvo lugar función de iglesia en la parroquia de San Lorenzo, a costa
de su cofradía sacramental. Por la tarde, a eso de las seis, se puso en marcha
la procesión. Todas las calles y plazas estaban engalanadas para acoger a Su
Majestad, gracias al desvelo de cofrades y vecinos. Sobre todo sobresalía el
exorno de la Plaza Mayor,
cubierta por ricos tafetanes, colgaduras y tapicerías, del que se habían
ocupado los alcaldes de la cofradía. Asimismo, el recorrido estaba salpicado
por magníficos altares callejeros levantados por diversos conventos y
cofradías, entre las que destacaron las otras cuatro penitenciales (Imagen 1),
delante de los cuales se detendría el cortejo y se cantarían villancicos.
Por aquellas calles convertidas en una
Jerusalén celestial discurrió la solemne comitiva, desde la iglesia de San
Lorenzo hasta la de la Pasión,
donde se colocó el Santísimo. Iban en primer lugar los alcaldes de la cofradía
de la Pasión,
con sus cetros e insignias. Seguían los niños de la doctrina, un claro de diputados
de la Pasión,
otro de oficiales de la pluma y después los cuatro claros de las otras
penitenciales, dispuestas por su antigüedad. Detrás iba la cofradía sacramental
de la iglesia de San Lorenzo y, cerrando la procesión, el Ayuntamiento. Iban
alegrando la comitiva cinco danzas, cada una costeada por una cofradía
penitencial, así como posiblemente también los gigantes, propiedad del
Ayuntamiento.
El 29 de octubre se celebró nueva
función de iglesia, ya en la
Pasión, a costa de su cofradía, y al día siguiente tuvo lugar
otra, sufragada por el Ayuntamiento, cuyos miembros también acudieron. En esta
última ocasión predicó don Pedro Dávila, canónigo magistral de la catedral. No
faltaron los fuegos de artificio, durante tres noches. Por último, como ya
hemos mencionado, se celebró una fiesta taurina en su espacio habitual
entonces, la Plaza Mayor.
No nos puede pasar inadvertida la importancia de esta función, puesto que los
toros constituían el más grande y deseado regocijo en la España Moderna y,
por ende, eran un ingrediente casi imprescindible de toda celebración gozosa.
De esta forma, el 31 de agosto la Plaza Mayor
vallisoletana se transformó en coso taurino. La gran afluencia de público se
acomodó en los balcones de las casas y en los tablados montados en torno a su
perímetro. Fueron 15 los toros prevenidos para esta fiesta. Uno se corrió
después del encierro, para disfrute de los aficionados, y otros tres a las diez
de la mañana. Por la tarde tuvo lugar la parte principal del espectáculo. Todas
las grandes instituciones locales estaban presentes, tales eran la Ciudad y la Chancillería, que
ocupaban el consistorio, así como la Catedral, la Inquisición, la Universidad y el
Colegio de Santa Cruz, sentados sus miembros en los balcones del primer piso de
casas de la Plaza.
También en esta ocasión la cofradía de la Pasión dispuso de un lugar
privilegiado para ver los toros, como era un tablado de dos pisos montado en
una de las bocacalles, al que convidó a los alcaldes y mayordomos de cuerpos de
las cuatro cofradías penitenciales, a quienes ofreció, en el transcurso de la
función, un refresco.
En definitiva, las fiestas de 1707 no se
redujeron a lo estrictamente religioso, sino que se dio una perfecta comunión
entre elementos sagrados y profanos, reflejo en gran medida de aquella
cotidianidad de la trascendencia y del propio carácter festivo de la sociedad
moderna.
(Imagen 1) - Procesión de colocación del Santísimo Sacramento en la Pasión, para ayuda de la Parroquia de San Lorenzo. 1707
Plano
de Ventura Seco (1738).
La procesión sale de la
iglesia de San Lorenzo y va a la de la Pasión. Disposición
y promotores de los altares: 1.- Plaza de la Trinidad (convento de la Trinidad calzada); 2.-
Calle de la Bueriza
(cofradía de Nª Sª de los Remedios, sita en el convento de la Trinidad calzada); 3.- Iglesia
del convento de comendadoras de Santa Cruz (convento de comendadoras de Santa
Cruz); 4.- Iglesia de la cofradía de Juan Hurtado de Mendoza (Juan Sanz de la Escalera, escribano del
gremio de Herederos de Viñas y mayordomo de la Cofradía de Juan Hurtado de Mendoza); 5.- Portada del convento de San Francisco (cofradía de la cruz); 6.- Especería (cofradía de las Angustias); 7.- Consistorio (cofradía de Jesús Nazareno); Cabayo de Troya (cofradía de la Piedad). ACP, Libro III, ff 550r-550v.
[1] La documentación básica para la realización de este artículo
procede de Archivo de la Cofradía de la Pasión (ACP), Libro III (Actas y Acuerdos,
1675-1715), ff. 517v.-551r.
[2] Canesi Acebedo, M., Historia de Valladolid
(1750), Valladolid, 1996, Tomo II, p. 21.
[3] ACP, Libro III, ff.
166r.-166v.
[4] Archivo General Diocesano de Valladolid, Archivo de Parroquias,
Parroquia de San Lorenzo en Valladolid, Libro de Fábrica (1680-1765).
[5] Nuestra Señora de las Angustias fue trasladada a la catedral,
donde fue venerada desde el 10 al 14 de septiembre. Ese día por la tarde se
celebró la procesión, a la que no faltó el Ayuntamiento. Aquella noche hubo
magníficos fuegos artificiales. “Y teniendo ya dispuesta una corrida de toros
se malogró su intento por haber llegado a Valladolid aquella misma noche
nuestros católicos reyes don Felipe V y su carísima esposa, retirándose de sus
enemigos que con porfiada guerra les molestaban, por lo cual despojaron los
altares a toda prisa, atajando los graves inconvenientes que se consideraron y
todo el lucimiento de danzas y otras invenciones festivas que habían divertido
mucho cesó, quedando las cofradías, que con liberalidad hicieron el gasto, muy
mortificadas”. Canesi Acebedo, M.,
Historia de Valladolid…, op. cit., Tomo II, p. 39.
[6] En la descripción, a posteriori, que realiza el secretario de la
cofradía de las fiestas de 1707, da la sensación de que comete un error de
fechas, situando todos los acontecimientos un día después (así pues señala que
las celebraciones comenzaron el 27 de agosto), hasta la fiesta de toros del 31
de agosto que sí parece haberse celebrado entonces. Así pues, cotejando los
datos con otras fuentes hemos decidido solventar este error.
Gracias por mostrar la Historia de forma tan clara e interesante. Son temas para reflexionar y ayudar a comprender la verdadera historia de ésta bella Ciudad, su piedad y gente.
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