domingo, 13 de noviembre de 2011

LOS REGOCIJOS DE LA PASION - FIESTAS POR LA COLOCACION DEL SANTISIMO SACRAMENTO EN 1707


Hoy comienzan en este blog una serie de interesantísimas colaboraciones escritas por personas relevantes en la materia y que tienen como tema central a la Cofradía Penitencial de la Pasión. Comenzamos con  Lourdes Amigo Vázquez, Doctora en Historia por la Universidad de Valladolid y buena amiga de la Cofradía a quien desde aquí doy las gracias por su amabilidad  y emplazo para nuevas colaboraciones.


Fundada en 1531, la larga vida de la Cofradía de la Pasión está jalonada de grandes acontecimientos. En esta ocasión vamos a ocuparnos de uno de los más importantes que tuvo lugar en la Época Moderna (siglos XVI-XVIII), como fue la colocación del Santísimo Sacramento en su iglesia para servir de ayuda parroquial a la de San Lorenzo. Tal hecho aconteció en 1707 y, como no podía ser de otra forma en aquella sociedad sacralizada y festiva, fue celebrado, como se indica en los libros de la cofradía, con "lucimiento y solemnidad", es decir, con magnificas fiestas (1). 
En el Valladolid moderno, las cinco penitenciales se convirtieron en cofradías poderosas, que contaban con templo propio y con una gran proyección pública, como se ponía de manifiesto en sus fiestas, muchas de las cuales se encontraban entre las grandes celebraciones de la urbe, caracterizadas por su boato y magnificencia. Además de las procesiones de Semana Santa, de participar en las rogativas públicas ejerciendo la disciplina, las penitenciales disponían de sus fiestas alegres, sus fiestas de gloria de carácter ordinario, así como también extraordinario, por la conclusión de obras en su iglesia, la colocación de una imagen, el dorado de un retablo... Precisamente, las fiestas de la Pasión de 1707, en celebración de un acontecimiento extraordinario, van a hacerse coincidir con su función anual, tal era la de San Juan Degollado, el 29 de agosto.
No nos debe sorprender que las cofradías penitenciales destacaran por su furor festivo. Aquella era una sociedad sacralizada, que tendía a exteriorizar su extremada religiosidad, a la vez que necesitada de olvidar momentáneamente su miseria y desigualdad cotidianas e imbuida de los ideales aristocráticos, más inclinados al ocio que al trabajo. Por ende, la fiesta era un producto de primera necesidad para los hombres y mujeres de los siglos modernos. Por otra parte, en aquella sociedad jerárquica y corporativa, en la que sus protagonistas debían asegurarse la posición lograda a través del prestigio, toda fiesta se convertía en un escenario privilegiado para que los individuos, pero sobre todo las distintas instituciones, comunidades y grupos sociales hicieran exhibición de su autoridad y posición social. Así pues, las celebraciones de toda cofradía, penitencial o no, se convertían en un escenario de devoción, pero también de regocijo. Al mismo tiempo, la fiesta era, sin duda, el mejor escaparate público de las cofradías y de sus miembros. Más aún teniendo en cuenta que sus individuos, procedentes en su mayoría de los grupos medios y populares (es decir de los no privilegiados), no disponían de muchas otras formas de destacar socialmente.
Una nueva oportunidad para mostrar su fervor religioso y exhibirse ante sus convecinos se presentó a la Pasión en 1707. Un año antes, en el cabildo celebrado el 5 de abril, Andrés de Arce, diputado de la cofradía, había propuesto lo siguiente:

“como el susodicho y otros señores diputados y cofrades y personas celosas, mobidos de su debozión y celo, abían discurrido que, mediante que esta santa confradía es de las primeras de penitencia, y que todas las funciones, así precisas como las boluntarias que se an ofrecido, las a ejecutado con la mayor hostentación, y que mediante en las dos cofradías de la Santa Bera Cruz y la de las Angustias estava colocado el Santísimo Sacramento, proponía a esta cofradía se sirbiese de resolber se hiciese lo mesmo, se colocase su Dibina Magestad Sacramentado en su iglesia”. 

Así pues, tras haberlo ya realizado la Vera Cruz y las Angustias, miembros de la cofradía de la Pasión deseaban que se colocara el Santísimo en su iglesia; después vendrán, en 1729 y 1734, las cofradías de Jesús Nazareno y de la Piedad. Sin embargo, un grave problema se presentaba: los crecidos gastos que tal celebración acarrearían a la hermandad. Y es que la situación de las penitenciales a principios del XVIII ya no era tan propicia como había sido un siglo antes. Como escribe Manuel Canesi, en el Seiscientos “andaban las cinco cofradías penitenciales en regocijadas competencias, sin excederse, por quién más divertía al pueblo” (2). Pero ya en 1684, la Pasión señalaba que “en vez de tener aumento esta cofradía se alla con alguna diminuzión”; así, “la calamidad y penuria de los tiempos” ocasionaba “el que no se puedan executar en la festividad de la Degollación del glorioso precursor San Juan Bautista, patrón desta cofradía, los regocijos públicos y festejos en que con tanta obstentación y afecto se a ejercitado”(3).
De todas formas, si bien es cierto que sobresalió el siglo XVII, las penitenciales todavía mantendrán un talante festivo muy acusado durante buena parte de la primera mitad del XVIII, hasta que llegue la crisis, tanto interna como de manos de la Ilustración. Desde finales del XVII ya no podían mantener los grandes regocijos periódicos anuales de sus fiestas de gloria, aunque todavía podrán deslumbrar durante algunas décadas en aquéllos de carácter extraordinario, como serán los de 1707.
Así pues, en aquella reunión celebrada por los cofrades de la Pasión el 5 de abril de 1706 no se resolvió todavía la colocación del Santísimo Sacramento, pero sí el informarse, para hacerse una idea de los gastos, de cómo se había ejecutado semejante función por la Vera Cruz, en 1689, para servir de ayuda de parroquia a la de San Miguel. Pocos días después, el 11 de abril, a la vista de la documentación, “por todos los dichos señores que estavan presentes, unánimes y conformes, se acordó que se aga la dicha colocación”. Para llevarla a buen fin, primero fue necesario lograr licencia del obispo de Valladolid y alcanzar un acuerdo con la iglesia parroquial de San Lorenzo. Se estrechaban así los vínculos entre esta parroquia y la Pasión, que se encontraba situada en su distrito. Si hasta entonces todos los años la cofradía contribuía, según concordia, con 2.000 maravedíes a la fábrica parroquial, a partir de entonces debería hacerlo con otros 3.740 maravedíes, por razón de los ornamentos que se llevarían de la fábrica para las funciones que se hicieran en la iglesia de la Pasión (4).
Pero lo más importante y complicado para la cofradía era el cómo costear las fiestas. Los oficiales, diputados y cofrades contribuyeron económicamente, cada uno con lo que pudo, a la vez que diversos cofrades fueron nombrados para pedir limosna durante los días que durasen las celebraciones. También se utilizó una vía de financiación ya conocida entonces pero que acabará por consolidarse a lo largo del siglo XVIII, tal era el conceder honores de diputado a diversos individuos –puesto que tradicionalmente sólo se obtenía tras haber ejercido una alcaldía−  a cambio de un pago, en dinero o en especie. Fueron numerosos los que lograron por este método un cargo preeminente en la cofradía. Por ejemplo, se dieron honores de diputado a Sebastián Fernández, mercader de sedas, y a su hijo, los cuales ofrecieron diversos objetos para el culto. Por su parte, Manuel Cubillano dio 600 reales. Tampoco faltó, como era habitual, la ayuda del resto de las cofradías penitenciales, organizando algún regocijo, así como del Ayuntamiento vallisoletano, quien también fue convidado para asistir a las celebraciones. Y esta circunstancia, el que las penitenciales lograsen para sus grandes fiestas la presencia y el apoyo económico de la Ciudad o Ayuntamiento no hace sino poner de patente el poder del que estaban revestidas.
A finales de agosto de 1707, tras largos preparativos, todo estaba dispuesto para dar comienzo, la víspera de la Degollación de San Juan Bautista, a las grandes celebraciones, que contarían con una magnífica procesión, funciones de iglesia y fuegos de artificio. Los tiempos no parecían propicios para más regocijos, dada además la situación bélica que se vivía, ya que nos encontramos en plena Guerra de Sucesión. Así se lo había recordado a la Pasión la cofradía de la Cruz. Ésta había ofrecido contribuir a las fiestas con un altar callejero, un claro para la procesión de cincuenta diputados y un grupo de danzantes. En opinión de la Cruz no era mucho, “pero lo estrecho y fatal del tiempo, con las continuas guerras, hera motibo tan justificado como notorio para no alentarse con hazer mayores demostraziones”.
Sin embargo, la guerra acabó beneficiando a la celebración, a diferencia de lo que sucederá pocos años después, en 1710, con la colocación de Nuestra Señora de las Angustias en su nueva capilla. En esta segunda ocasión, según cuenta Manuel Canesi, las fiestas tendrán que reducirse, por hallarse las tropas austracistas casi a las puertas de Valladolid (5). En cambio, en 1707, las fiestas de la Pasión se ampliaron, al coincidir con una alegre noticia para el bando borbónico, como era el nacimiento del príncipe Luis, hijo de Felipe V. Religión y política mostraban una vez más sus íntimas conexiones.El 26 de agosto llegó a Valladolid la noticia del tan deseado natalicio regio (que había tenido lugar un día antes). Según se recoge en los libros de la cofradía, nada menos que había “sido servido su Magestad Divina echar a luz para la paz y concordia destos reynos un ynfante llamado Luis”. Ese mismo día,

“para zelebrar en lo posible tan gustosa y deseada noticia, dispusieron los señores alcaldes que la danza que havía de salir en la procesión de la colocazión se anticipase y saliese por las calles, publicando gozo y alegría. Ejecutóse y se componía de onze personas con tres ynstrumentos de guitarra, violín y tiple, vestidos sus casacas con muchas colonias a forma de faralá. Y salieron por todas las calles, visitando a los señores Presidente [de la Chancillería] y corregidor, danzando con mucha destreza y arte (...). De manera que por lo extrahordinario y nunca visto causó gran novedad”.

Asimismo, en el último momento, la Pasión decidió organizar una fiesta de toros para el 31 de agosto. “De cuya resoluzión se dio parte a la Ziudad, quien estimó mucho este festejo, así por ser en ocasión como por dilatar los suyos a la notizia del felix subzeso de nuestro príncipe”.
Así pues, las celebraciones ya comenzaron el 26 de agosto (6). Al día siguiente, puesto que las cofradías de la Cruz y la Piedad llevaban sus imágenes a los altares efímeros que habían levantado para la procesión, la cofradía determinó salir a recibirlas al Ochavo, “con muchas achas y dezencia”.
El 28 de agosto era el día grande. Por la mañana tuvo lugar función de iglesia en la parroquia de San Lorenzo, a costa de su cofradía sacramental. Por la tarde, a eso de las seis, se puso en marcha la procesión. Todas las calles y plazas estaban engalanadas para acoger a Su Majestad, gracias al desvelo de cofrades y vecinos. Sobre todo sobresalía el exorno de la Plaza Mayor, cubierta por ricos tafetanes, colgaduras y tapicerías, del que se habían ocupado los alcaldes de la cofradía. Asimismo, el recorrido estaba salpicado por magníficos altares callejeros levantados por diversos conventos y cofradías, entre las que destacaron las otras cuatro penitenciales (Imagen 1), delante de los cuales se detendría el cortejo y se cantarían villancicos.
Por aquellas calles convertidas en una Jerusalén celestial discurrió la solemne comitiva, desde la iglesia de San Lorenzo hasta la de la Pasión, donde se colocó el Santísimo. Iban en primer lugar los alcaldes de la cofradía de la Pasión, con sus cetros e insignias. Seguían los niños de la doctrina, un claro de diputados de la Pasión, otro de oficiales de la pluma y después los cuatro claros de las otras penitenciales, dispuestas por su antigüedad. Detrás iba la cofradía sacramental de la iglesia de San Lorenzo y, cerrando la procesión, el Ayuntamiento. Iban alegrando la comitiva cinco danzas, cada una costeada por una cofradía penitencial, así como posiblemente también los gigantes, propiedad del Ayuntamiento.
El 29 de octubre se celebró nueva función de iglesia, ya en la Pasión, a costa de su cofradía, y al día siguiente tuvo lugar otra, sufragada por el Ayuntamiento, cuyos miembros también acudieron. En esta última ocasión predicó don Pedro Dávila, canónigo magistral de la catedral. No faltaron los fuegos de artificio, durante tres noches. Por último, como ya hemos mencionado, se celebró una fiesta taurina en su espacio habitual entonces, la Plaza Mayor. No nos puede pasar inadvertida la importancia de esta función, puesto que los toros constituían el más grande y deseado regocijo en la España Moderna y, por ende, eran un ingrediente casi imprescindible de toda celebración gozosa.
De esta forma, el 31 de agosto la Plaza Mayor vallisoletana se transformó en coso taurino. La gran afluencia de público se acomodó en los balcones de las casas y en los tablados montados en torno a su perímetro. Fueron 15 los toros prevenidos para esta fiesta. Uno se corrió después del encierro, para disfrute de los aficionados, y otros tres a las diez de la mañana. Por la tarde tuvo lugar la parte principal del espectáculo. Todas las grandes instituciones locales estaban presentes, tales eran la Ciudad y la Chancillería, que ocupaban el consistorio, así como la Catedral, la Inquisición, la Universidad y el Colegio de Santa Cruz, sentados sus miembros en los balcones del primer piso de casas de la Plaza. También en esta ocasión la cofradía de la Pasión dispuso de un lugar privilegiado para ver los toros, como era un tablado de dos pisos montado en una de las bocacalles, al que convidó a los alcaldes y mayordomos de cuerpos de las cuatro cofradías penitenciales, a quienes ofreció, en el transcurso de la función, un refresco.
En definitiva, las fiestas de 1707 no se redujeron a lo estrictamente religioso, sino que se dio una perfecta comunión entre elementos sagrados y profanos, reflejo en gran medida de aquella cotidianidad de la trascendencia y del propio carácter festivo de la sociedad moderna.


 



(Imagen 1) - Procesión de colocación del Santísimo Sacramento en la Pasión, para ayuda de la Parroquia de San Lorenzo. 1707
 
Plano de Ventura Seco (1738).
La procesión sale de la iglesia de San Lorenzo y va a la de la Pasión. Disposición y promotores de los altares: 1.- Plaza de la Trinidad (convento de la Trinidad calzada); 2.- Calle de la Bueriza (cofradía de Nª Sª de los Remedios, sita en el convento de la Trinidad calzada); 3.- Iglesia del convento de comendadoras de Santa Cruz (convento de comendadoras de Santa Cruz); 4.- Iglesia de la cofradía de Juan Hurtado de Mendoza (Juan Sanz de la Escalera, escribano del gremio de Herederos de Viñas y mayordomo de la Cofradía de Juan Hurtado de Mendoza); 5.- Portada del convento de San Francisco (cofradía de la cruz); 6.- Especería (cofradía de las Angustias); 7.- Consistorio (cofradía de Jesús Nazareno); Cabayo de Troya (cofradía de la Piedad). ACP, Libro III, ff 550r-550v.


[1] La documentación básica para la realización de este artículo procede de Archivo de la Cofradía de la Pasión (ACP), Libro III (Actas y Acuerdos, 1675-1715), ff. 517v.-551r.
[2] Canesi Acebedo, M., Historia de Valladolid (1750), Valladolid, 1996, Tomo II, p. 21.
[3] ACP, Libro III, ff. 166r.-166v.
[4] Archivo General Diocesano de Valladolid, Archivo de Parroquias, Parroquia de San Lorenzo en Valladolid, Libro de Fábrica (1680-1765).
[5] Nuestra Señora de las Angustias fue trasladada a la catedral, donde fue venerada desde el 10 al 14 de septiembre. Ese día por la tarde se celebró la procesión, a la que no faltó el Ayuntamiento. Aquella noche hubo magníficos fuegos artificiales. “Y teniendo ya dispuesta una corrida de toros se malogró su intento por haber llegado a Valladolid aquella misma noche nuestros católicos reyes don Felipe V y su carísima esposa, retirándose de sus enemigos que con porfiada guerra les molestaban, por lo cual despojaron los altares a toda prisa, atajando los graves inconvenientes que se consideraron y todo el lucimiento de danzas y otras invenciones festivas que habían divertido mucho cesó, quedando las cofradías, que con liberalidad hicieron el gasto, muy mortificadas”. Canesi Acebedo, M., Historia de Valladolid…, op. cit., Tomo II, p. 39.
[6] En la descripción, a posteriori, que realiza el secretario de la cofradía de las fiestas de 1707, da la sensación de que comete un error de fechas, situando todos los acontecimientos un día después (así pues señala que las celebraciones comenzaron el 27 de agosto), hasta la fiesta de toros del 31 de agosto que sí parece haberse celebrado entonces. Así pues, cotejando los datos con otras fuentes hemos decidido solventar este error.





1 comentario:

  1. Gracias por mostrar la Historia de forma tan clara e interesante. Son temas para reflexionar y ayudar a comprender la verdadera historia de ésta bella Ciudad, su piedad y gente.

    ResponderEliminar