domingo, 14 de octubre de 2012

EL PROCESO DESAMORTIZADOR EN ESPAÑA



Con esta entrada se pretende dar unas pinceladas sobre lo que fue y supuso uno de los acontecimientos más bochornosos en la historia de España: la desamortización. Aún cuando para las cofradías el proceso tuvo consecuencias casi desastrosas no me referiré a ello en esta ocasión. Tan solo decir que para la Penitencial de la Pasión supuso una merma importantísima de su patrimonio escultorico y el despojo de gran cantidad bienes dedicados al culto. Será, si acaso en otro momento donde se intentará fijar el alcance de tamaño latrocinio. En un sentido amplio podríamos decir que la desamortización fue un proceso de desvinculación de la propiedad amortizada, proyectado realmente en el siglo XVIII[1], realizado efectivamente en el XIX y rematado en las dos primeras décadas del siglo XX. Convendría en primer lugar definir lo que entendemos por desamortización. Un bien amortizado o de "manos muertas" era aquel que pertenecía, que estaba vinculado a una persona jurídica de forma que su poseedor no podía cambiarlo o enajenarlo bajo ningún concepto ya que no se trataba de una propiedad personal. Pues bien, la desamortización supuso la supresión de ese vínculo jurídico que ligaba de forma intransferible una propiedad a una persona jurídica. Esos bienes vinculados a personas jurídicas podríamos clasificarlos en función de la naturaleza de su poseedor en: bienes eclesiásticos, bienes señoriales y bienes municipales. Será sobre los bienes eclesiásticos sobre los que aquí trataremos, aun cuando sobre los bienes señoriales (mayorazgos) y municipales también se hizo presa y prueba de ello la tenemos dando un simple vistazo a la “Gaceta de Madrid” de la época.
    La Iglesia desde tiempos de la Reconquista había recibido amplísimas posesiones, muchas veces en forma de donaciones piadosas. Donaciones que el pueblo fiel (legítimo propietario de aquellos bienes) había puesto en manos de la Iglesia por su pura liberalidad. Este fenómeno continuará operándose hasta el siglo XVII. Esa acumulación de bienes, legalmente indivisibles, provocaba en opinión de algunos un desigual reparto de la riqueza. Tal aseveración no era del todo cierta porque la posesión de esos bienes (en este caso me refiero a las tierras), no significaba que su usufructo correspondiese únicamente a sus poseedores, ya que estos podían ceder y cedían con la autorización de prelados y abades su trabajo (el de las tierras) y el fruto de las mismas a particulares bajo diversas formulas (arrendamiento, colonato, etc.), que permitían (y esto es muy importante) la existencia de una amplia capa de campesinado no siempre en una mala situación económica. En honor a la verdad también hay que decir que el sistema presentaba problemas que pudiendose resolver de diversas maneras nadie parecía interesado en hacerlo, al menos de manera racional. Uno de esos problemas era la proliferación de baldíos.
    El sistema de vinculaciones fue muy criticado sobre todo a partir del siglo XVIII con la imposición del racionalismo donde con la cantinela de siempre, se proclamaba al respecto que la tierra sólo alcanzaría su pleno rendimiento cuando el que la trabajase fuese su propietario. Desgraciadamente años más tarde, otros personajes con idénticos argumentos demagógicos encaminaron a la sociedad española a una situación explosiva. Personajes como Pedro Rodriguez de Campomanes (Ministro de Hacienda en 1760),  José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca (Secretario del Despacho de Estado en 1789) o Gaspar Melchor de Jovellanos enarbolaron las banderas “progresistas” para denunciar el régimen de vinculaciones pensando en su delirio mesiánico que con el reparto de tierras, España se convertiría en una de las naciones más prósperas del mundo y de paso, como fin inconfesable conseguir la creación de una burguesía adepta a la causa (al liberalismo). 

Pedro Rodriguez de Campomanes
Pintura de Antonio Carnicero - 1777 

   
Gaspar Melchor de Jovellanos
Pintura de Francisco de Goya
  
Aquella razón inconfesable derivaba de la simple respuesta a una pregunta: ¿Quién podría comprar todos esos bienes puestos en circulación?. La respuesta es obvia: los que tenían el dinero suficiente para hacerse con ellos. En otras palabras los ricos, que como consecuencia iban a ser más ricos a costa de los pobres, aunque se procediese en última instancia  en nombre de ellos. Como podemos ver y salvando las distancias, los tiempos no cambian. Aún dando como buenos los planteamientos antes indicados cosa ciertamente muy discutible, no aciertan de ningún modo con la solución adoptada. Por ejemplo Rodríguez de Campomanes, delimita el problema, pero no propone una solución tajante porque en el fondo le repugna conculcar el derecho de propiedad y Jovellanos propone en su Informe sobre la Ley Agraria el reparto de la tierra entre agricultores dispuestos a obtener de ella el máximo rendimiento. Con todo, los ilustrados como siempre, teorizaron más que realizaron. En relación con los bienes eclesiásticos, en aplicación del Concordato de 1737 Felipe V deja sujetos a contribución los bienes que en adelante adquiriese la Iglesia. Conviene recordar que la Iglesia de antiguo disfrutaba de exenciones fiscales. El siguiente paso adelante se produce en 1753, cuando Fernando VI consiguió que el producto de las sedes eclesiásticas vacantes revirtiese a la corona. Carlos III aceleró las campañas en pro de la desamortización y aunque las resoluciones adoptadas fueron escasas, alguna de ellas fue bastante contundente (por ejemplo: la expulsión e incautación de las temporalidades, bienes y rentas  de la Compañía de Jesús).  

Carlos III
Pintura de Anton Mengs
 
 Carlos IV acelera los acontecimientos: por diversas cédulas  de 1789 y 1798 concede la autorización para enajenar ciertos bienes vinculados. Entre medias, en 1797 se procede a la venta de otros bienes raíces (podríamos decir los restos) que fueron propiedad de los jesuitas, aunque como coartada debía ir precedida de la autorización de los prelados. El régimen liberal que con vaivenes se instaura en España a partir de las Cortes de Cádiz continúa la misma política desamortizadora pero ahora, las medidas que se adoptarán serán improvisadas y sectarias y darán lugar a la toma de decisiones radicales. Bien es cierto que ya José Bonaparte había decretando la supresión de determinadas órdenes o comunidades religiosas y la incautación de sus bienes por parte del Estado. Como dato curioso podemos decir por ejemplo que en Madrid procede a expropiar bienes eclesiásticos para la construcción de la Plaza de Oriente (parece ser que José Bonaparte, tambien conocido como Pepe Botella, pertenecía a la masoneria debiendo obediencia al Gran Oriente de Francia, bautizando la plaza en honor a dicha logia).  

Plaza de Oriente de Madrid

Pero como se decía anteriormente, la llegada de las Cortes de Cádiz no repone la situación anterior y no restauran ni restituyen lo suprimido por el francés. (A primera vista y aunque pueda ser discutible, da la sensación que a los padres de la Constitución de 1812 había cosas que aún realizadas por el invasor no les parecía mal. Por otra parte pocas cosas podían extrañar siendo Rey Fernando VII). En el trienio liberal (1820-23) se reanuda la corriente desamortizadora, que se había relajado un poco hasta ese momento y el 30 de marzo de 1820 dando por extinguidas las órdenes monásticas se aplican sus bienes al Tesoro. Hay que decir, que cuando se tomaban esas medidas se procedía no sólo a la incautación de los bienes inmuebles, sino que también se quedaban con bibliotecas, archivos, objetos litúrgicos, esculturas etc. dando lugar, por ejemplo a las primeras bibliotecas públicas y con el  paso de los años a las riquísimas colecciones de obras de arte en manos de los museos del Estado. Otras incautaciones acabaron en pública subasta, dando lugar a grandes patrimonios particulares formados por los despojos de lo vilmente expropiado. La aceleración del proceso no llegaría hasta la imposición definitiva del régimen liberal, cuando la burguesía triunfante después de conquistar los resortes políticos quiso conquistar y apoderarse, como ya se indicó anteriormente de los resortes económicos. Pero si hablamos de "desamortización" la misma quedará ligada extraordinariamente al nombre de Juan Álvarez Mendizábal (realmente respondía al nombre de Juan Álvarez Méndez y lo cambio por razones que no hace al caso comentar). 

Juan Alvarez Mendizabal

 Durante la Guerra de la Independencia estuvo vinculado a la administración de las tropas españolas. Residió varios años en Inglaterra y tenía como obsesión la idea de sustituir la vieja clase aristocrática española por una burguesía propietaria como la británica. Ahora bien, mientras que no se atrevió a ir abiertamente a por las propiedades de la nobleza, tocado por un anticlericalismo enfermizo, aplicó de manera violenta la desamortización a los bienes eclesiásticos. Como casi todos los personajes que intervinieron en este inmenso expolio (no podía ser menos) pertenencia a la masonería, lo que explica, antes como antes y ahora como ahora muchas cosas. Pues bien, el miembro masónico del Taller Sublime gaditano es elevado a ministro de Hacienda por el Conde de Toreno[2]. En septiembre de 1835 ocupa la Secretaria de Estado y el 11 de octubre de 1835, con la firma del Real Decreto por la Reina Gobernadora (María Cristina de Borbón) en el Palacio de El Pardo, disuelve las órdenes religiosas exclaustrando a sus individuos y en febrero de 1836 se declaran todos los bienes raíces en estado de venta mediante pública subasta. Las adquisiciones fueron muy rápidas entre 1837 y 1843 y dieron lugar, viendo los personajes que intervinieron a escándalos y defraudaciones. Si en el orden financiero la desamortización fue poco fecunda, no fue así en el orden político (el fin inconfesable que antes de indicaba). En todos los ámbitos del país surgió una nueva clase de propietarios adictos al sistema, dispuestos a todo trance a conservar la nueva situación.El proceso se hizo más lento con la subida al poder de los moderados y se creyó paralizado definitivamente al firmarse el concordato de 1851, por el que el Estado se comprometía a devolver a la Iglesia los bienes aún no subastados a cambio del reconocimiento por Roma de las licitaciones ya consumadas. Como suele suceder en los casos en los que se cede tanto nunca acaban bien. El Concordato se rompe solo tres años después. En 1854 y 1855 con la revolución progresista se produce la mayor actividad desamortizadora en lo que se refiere a los bienes eclesiásticos, aunque afecta en menor medida también a los bienes comunales.  El ritmo decrece nuevamente en 1857 y vuelve a incrementarse con la revolución  de 1868, siguiendo así hasta la segunda década del siglo XX. Podríamos finalizar diciendo que desde el punto de vista hacendístico el Estado no hizo el negocio que esperaba Mendizábal. Las transacciones se hicieron por lo general en papel del Estado, que pronto se depreció; además los plazos concedidos impidieron que la desamortización fuera la panacea que buscaba el gobierno (dinero rápido) y no fue posible paliar la crisis financiera ya que no fue el sistema elegido el mejor; la desamortización se hizo con precipitación y de forma sectaria de modo que fueron pocos los beneficiados y muchos los perjudicados (los bienes fueron a parar de las “manos muertas” a las manos “vivas”… y muy vivas, que hicieron pingües negocios). Las subastas se hicieron en grandes lotes en los que el número de compradores fue relativamente pequeño y además ya eran propietarios. En Andalucía y Extremadura vinieron a reforzarse los latifundios contribuyendo a concentrar la propiedad y no a repartirla. 

Museo de Bellas Artes de Sevilla
Antiguo Convento de la Merced Calzada de la Asunción, desamortizado en 1835 

Techo del que fue Convento de la Merced Calzada de la Asunción de Sevilla
 Hoy Museo de Bellas Artes

 Monasterio de Santa Maria de Valldigna (Valencia)
Desamortizado en 1836

Interior de la Iglesia de Monasterio de Valldigna (Valencia)

Iglesia del Convento de San Agustin. (Valladolid).  
Desamortizado en 1835
Iglesia del Convento de San Agustin (Valladolid)
  Hoy Archivo Municipal
Fachada de la Iglesia del Convento de San Agustin Valladolid)

La desamortización eclesiástica fue a todas luces un atropello tanto desde el punto de vista legal, como moral y patrimonial porque muchísimas obras de arte, objetos liturgicos (cruces procesionales, cálices, copones, custodias, arcas etc), fueron expoliados y fundidos así como libros y manuscritos de valor incalculable fueron a parar a manos privadas, que en el mejor de los casos, vendieron en el extranjero y en el peor se perdieron irremisiblemente. Quede como ejemplo de pérdia irreparable el antiguo Retablo Mayor en plata de la Catedral de Valencia que fue fundido en Mallorca en 1812. 


[1] Ya con la Pragmática Sanción de 2 de abril de 1767 dictada por Carlos III, por la que se expulsa a los jesuitas de los dominios de la corona de España, incluyendo los de ultramar, y se procede a la incautación de todos sus bienes, comienza a atisbarse lo que con el paso de los años será un expolio a gran escala organizado por determinados sectores de los poderes ocultos y menos ocultos,  con el fin de afianzar ese poder y su enriquecimiento en este caso injusto. Con Manuel Godoy comienza una etapa de conflictos bélicos en España. Sufragar los cuantiosísimos gastos fuerza a iniciar sucesivas desamortizaciones afectando a los bienes inmuebles de hospitales y hospicios, así como casas de misericordia y bienes inmuebles de cofradías.
[2] José María Queipo de Llano y Ruiz de Sarabia, que ocupó lo que se llamaba la Secretaría de Estado, equivalente a la Presidencia, en junio de 1835.

Todas la fotografias estan tomadas de internet

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