viernes, 16 de marzo de 2012

IN MEMORIAM - JOSE MILLARUELO APARICIO

Como indiqué en la anterior publicación del blog, presento el segundo de los "pregones" a  que hacía referencia en aquella ocasión. Si el anterior pregón denotaba sin lugar a duda el sabor andaluz, este tiene claramente los aires castellanos. En el fondo los dos hacen descripción de lo mismo, el sentimiento que nace de la vinculación de las personas (el cofrade) con la institución (la cofradía) y el fin inmediato que persiguen esas instituciones (el vivir el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor) junto con la consecuencia subsiguiente (el hacer nuestros estos acontecimientos dentro del corazón, de manera que tengan consecuecias para nuestras vidas y la de las personas que nos rodean),  pero es distinta la forma de expresarlo. Este pregón, el "Pregón de la Pasión",  lo pronunció José Millaruelo Aparicio en el inicio de la Cuaresma del año 2002 a invitación de la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo en la Iglesía del Real Monasterio de San Quirce y Santa Julita, sede canónica de la Penitencial. El Pregón es una pieza extraordinaria llena de detalles que denotan la vasta cultura del pregonero y su pasión por la Semana Santa de Valladolid. No es fácil para mí hacer la presentación de la persona que escribió las líneas que siguen. Y no lo es porque quien las escribió era.......es mi amigo. Desgraciadamente ya no está entre nosotros. El Señor quiso en la mañana del Domingo de Resurrección del pasado año llamarlo a su presencia; no podía ser otro día......, después de la Muerte, .........la Resurrección y esto Pepe, como hombre de fe, era algo que tenía muy claro. Amigo de muchos años atrás y compañero de fatigas en la facultad de derecho, él encauzó su camino profesional como notario, ejerciendo la profesión en varias plazas españolas, terminando el ejercicio en su querido Valladolid. Academico de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción y Secretario de la Ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias ha sido, y sigue siendo un referente de la Semana Santa vallisoletana. Hace no mucho tiempo en un programa de televisión oí a un sacerdote decir que, el momento de la muerte para un devoto de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, es " ...un cerrar los ojos y al abrirlos de nuevo encontrarte con su cara y su sonrisa y cogiendote de la mano te acompaña a la presencia del Señor diciéndole: ...este es hijo Mío..".  Me consta el amor, y la devoción que sentía por su Virgen de las Angustias y no me cabe la menor duda que para Pepe el trance no pudo ser de otra forma y ahora goza ya de las alegrías eternas.



José Millaruelo Aparicio (primero por la izquierda) en la Procesión de Corpus de Valladolid
(Imagen tomada del Archivo de la Cofradía de la Pasión) 



Alcalde y miembros del Cabildo de Gobierno de la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo,
Hermanas cistercienses de ésta Comunidad,
Cofrades de la Pasión, hermanas y hermanos todos.
 
Me acerco a esta tribuna con profundo sentimiento de respeto y gratitud para con vuestra Hermandad, por el alto honor que me habéis dispensado. La función del pregonero encierra una alta dignidad.

En la sociedad medieval en la que el conocimiento y uso de la escritura eran privilegio de unos pocos, la publicidad de los hechos y de las leyes dirigidos a la comunidad se encomendaba al pregonero. Por ello al pregonero se le concedía la dignidad de oficial público y en consideración a ella el capítulo primero de la Ordenanza XLIV de las que para regir y gobernar “la república de la muy noble y leal villa de Valladolid” se dieron en 1549 ordena que “ningún pregonero use del dicho oficio sin haber sido recibido para él por la Justicia y regidores de ésta villa”.

Salvadas las distancias que van desde el lejano siglo XVI, a los inicios de este nuevo siglo XXI en el que nos encontramos, al actuar hoy como pregonero, me considero recibido por vuestra Cofradía, como un miembro más de la misma. En correspondencia a éste honor os aseguro que, por mi parte, trataré de cumplir esta función que me habéis encomendado de la mejor manera que me sea posible, para lo cual pido el auxilio de María Santísima, Madre de Ntro. Sr. Jesucristo, sobre cuya Pasión Salvadora, no hemos de dejar nunca de hacer meditación.

Pudiera alguno pensar que acudir al acto formal del pregón verbal como medio de anunciar un acontecimiento, es un anacronismo fuera de lugar y de tiempo. Aunque tenga apariencia de ello en el tiempo histórico que nos ha tocado vivir en el que la sociedad de la información define al planeta como “aldea global”, dicha imagen no corresponde del todo con la realidad. Disponemos de potentes redes de transmisión de información que nos permiten conocer en tiempo real lo que ocurre en este preciso instante en el más recóndito rincón de la tierra; podemos difundir por dichos medios gran cantidad de información, efectuar las más diversas convocatorias y llevar a cabo las más variadas transacciones comerciales, en suma, es cierto que en el ámbito de lo cotidiano, de lo mercantil, de lo profesional, la vieja función del “pregonero” ha caído en desuso y es recuerdo de viejos tiempos.

Pero, junto a su tradicional carácter de publicidad de los detalles de la economía doméstica de los tiempos pasados, en su acepción más solemne, el acto de pregonar sigue conservando un valor de primera magnitud como lo demuestra la asistencia al acto de esta noche.

El pregón, entendido como solemne promulgación que se hace en un sitio público -como lo es el templo conventual que nos acoge- a viva voz -alta y clara para que todos puedan oírlo- de hechos que conviene que sean conocidos por todos; sigue siendo hoy instrumento formal que mejor representa la cercanía del mensaje para aquellos a los que va dirigido y al ser esto entre cofrades, el Pregón es un acto más de fraternidad cofrade.

Vaya, pues, en cumplimiento de este encargo que me habéis hecho, el anuncio de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Anuncio que quiere proclamar y exaltar a Valladolid, el de ayer y el de hoy; a sus Cofradías; las de ayer y las de hoy; y, finalmente, a sus cofrades.

Conviene hacer saber a todos cuantos quieran escucharlo que Valladolid será, una vez más, simpar escenario de la rememoración pública de los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La celebración de dichos Misterios, en íntima comunión con la Iglesia Universal, está teñida entre nosotros de una impronta que nos hace singulares. Y esta singularidad es el resultado de la presencia de las Cofradías sobre el escenario urbano de la ciudad. Aquellas y éstas tienen una permanencia secular en el tiempo: tienen su pasado, viven el presente y ansían el futuro. Están plenas de vitalidad. Las Cofradías representan la fe de los vallisoletanos, de los cofrades de todo tiempo y condición; de los cofrades que fueron, que somos y que serán. Las Cofradías de Valladolid siguen hoy manteniendo vivo el signo de aquel viejo vínculo fraternal del pasado que las alumbró. Como asociaciones de fieles son pilar principal sobre el que se apoya la celebración de nuestra Semana Santa. A este sentimiento cofrade la ciudad aporta su propia realidad física, su ambiente urbano, como escenario sobre el cual tendrá lugar la representación de la Pasión.

Entre ambas –Cofradías y Valladolid- existe un indisoluble vínculo nacido y desarrollado en el mutuo respeto y reconocimiento. Es por ello por lo que en primer lugar quiero referirme a Valladolid. Aquél pequeño asentamiento “preurbano” cuya primera mención documental con el nombre que hoy conocemos, data del lejano año de 1.602, es hoy, la ciudad moderna que acoge la capitalidad política de la Comunidad Autónoma de Castilla y León. La que se asienta hoy junto al Pisuerga y en la desembocadura del Esgueva es una comunidad dinámica, con una economía pujante y una intensa vida social a la que no es ajena la celebración de la Semana Santa. En este proceso de maduración y crecimiento, propio de los entes vivos, nuestra Ciudad –así con mayúscula quiero referirme a Valladolid- ha pasado por diversas etapas y a lo largo de éstas ha sufrido las convulsiones que la expansión de una gran urbe lleva consigo.

Durante el siglo XVI, especialmente entre 1.543 y 1.559 –coincidiendo con la habitual presencia de la Corte- la Ciudad experimenta un profundo cambio como consecuencia del florecimiento de la actividad inmobiliaria encaminada a satisfacer la necesidad de alojamiento de la gran cantidad de personas atraídas por la pujanza de su vida social y económica. Los protocolos notariales de la época ofrecen muestras inagotables de ello, pero basta con pasear por la ciudad que hoy nos acoge para apreciar lo que acabo de decir, porque Valladolid no esconde las muestras del pasado. Surgen nuevos barrios que aún hoy perduran, algunos fuera de las viejas murallas, otros dentro del viejo caserío. Entre estos últimos, dentro de los límites de la ciudad vieja, nace el núcleo de población edificado sobre los suelos de lo que fueron huertas del convento de los Dominicos. La mayoría de quienes estamos reunidos esta noche hemos llegado hasta las puertas de este convento, pisando las losas de aquellas calles surgidas entre la Corredera de San Pablo y el barrio “nuevo” –nombre con el que fue conocida la antigua judería cuyas calles siguen rotuladas hoy con sus antiguos nombres: de las Lecheras, de la Tahona, de la Sinagoga- del que la calle Imperial, fue entonces y sigue siendo hoy la vía principal.

En aquella Villa la presencia del Monarca, avecinado en ella, no fue exclusivo motivo de su esplendor. Junto a la presencia de la Corte no fue menor la influencia derivada del asentamiento de instituciones como la Chancillería; o que en su nómina de vecinos figuraban personas –en palabras de Bennassar- “mucho más extraordinarias que el propio Monarca” Es en este periodo cuando Valladolid se organiza; se dota de ordenanzas al municipio; residen entre sus muros personajes de la talla del Doctor Pedro de la Gasca, pacificador del Perú, o el Padre Bartolomé de las Casa, defensor de los Indios del Nuevo Mundo frente a los abusos de los explotadores. Entre los artistas que viven y trabajan en Valladolid, hay que destacar a cimeros escultores como Alonso Berruguete, con vivienda y taller en la actual calle de San Benito; Juan de Juni, Becerra; Esteban Jordán, los Arfe. No conviene tampoco olvidar en esta relación, hecha a pluma vuelta, a Francisco Suárez, iniciador del Derecho Internacional, Luis de Mercado o Vázquez de Menchaca.

La Ciudad creó su propia vida, fue capaz de ser ella misma, de hacerse independiente, de ser Ciudad, siendo aún Villa, pues no recibiría este título hasta 1.596, casi finalizada la centuria. Y es en este momento de esplendor cuando Valladolid se hace cofrade. Desde finales de la centuria anterior –en 1.498- consta documentalmente la autorización del Concejo de la Villa a las obras de la ermita del Humilladero de la Cofradía de la Vera Cruz en la Puerta del Campo y en 1.531 acreditan las crónicas la existencia de vuestra Cofradía de la Pasión, intitulada en las Reglas de 1.577 como “Cofradía de la Santísima Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”.

Es en este momento cuando la Ciudad, que se rehace después del pavoroso incendio ocurrido el 21 de septiembre de 1.561, asume en su cuerpo –como marcada también a fuego- la presencia cofrade en su geografía urbana. Basta recorrer hoy sus calles para tropezar con la de las Angustias, que da lugar a la vieja Plaza del Almirante, lugar que Martín Sánchez de Aranzamendi eligió, por principal, para levantar la Iglesia del mismo nombre, donada, en abril de 1.613, a la “Cofradía de la Quinta Angustia y Angustias y Soledad de Nuestra Señora de los Desamparados”; o acceder a la Plaza Mayor por la de Jesús; o, por la de La Pasión. No es ajeno a vosotros, cofrades de la Pasión, aquel lugar, junto al pasadizo de Don Pedro Niño, que eligieron vuestros causahabientes para edificar la Iglesia Penitencial de Nuestra Señora de la Pasión, aquella en la que el Abad de la muy noble Villa de Valladolid, Don Alonso de Mendoza dijo la primera Misa el sábado 18 de marzo de 1.581.

De nuevo, el cambio producido durante el siglo XIX por la llegada del ferrocarril y el desarrollo industrial de nuestra Ciudad, irá cambiando sus contornos y Valladolid experimentará un nuevo crecimiento. Las fábricas de harinas, los talleres de la Compañía de Ferrocarril del Norte; el establecimiento de nuevos centros de formación académica militar; el florecimiento del comercio transforman nuevamente la fisonomía de Valladolid.

Siguiendo el tiempo que ha hecho la Valladolid que hoy conocemos es en el pasado siglo XX cuando la Ciudad sufre su más profunda modificación. Se superan con exceso los límites de su caserío; la especulación inmobiliaria se ceba en su casco antiguo; caen casonas y palacios que ceden su solar a grandes bloques de viviendas que borran las huellas del pasado. Por el contrario, la ciudad toma nuevos bríos y crece. Crece la ciudad, a lo largo de sus nuevas avenidas y crecen los pueblos a su alfoz. Los movimientos de población rural, al hilo de la mecanización de la actividad agraria, generan brazos dispuestos a contribuir al cambio de la urbe que les acoge. Valladolid, recibe a nuevos habitantes, pero las raíces de los nuevos vallisoletanos están fuera.

Pero para conocer y comprender a ésta Ciudad que hoy nos alberga es preciso tener en cuenta el papel que en su vida cotidiana desempeñaron sus Cofradías. Por eso conviene recordar lo que éstas significaron y lo que hoy significan para Valladolid y manifestarlo aquí y ahora, en este pregón.
Los vallisoletanos fueron cofrades y aún hoy seguimos manteniendo vivo nuestro sentimiento cofrade.

Históricamente, la Cofradía era el cofrade un instrumento para alcanzar la salvación de su alma; haciéndolo precisamente por la rememoración – y en consecuencia meditación vivida – de los misterios de la Pasión del Salvador y por la consideración de la Penitencia como medio para expiar las culpas. Así aparece claramente señalado en las primeras Reglas de nuestras Hermandades. Basta con leer el primer capítulo de cualquiera de ellas para entenderlo así. Decían aquellos cofrades de finales del XVI: “Por cuanto en la santa Iglesia Católica, esposa de Chirsto, tenemos por artículo de fe, que el hijo de la virgen descenderá en carne el último y postrimero día deste presente siglo a hacer juicio universal, al qual ...se han llamados ...todos los hijos de Adán yan a dar estrecha cuenta y razón del tiempo y días de este amargoso siglo ...y ser nos ha tomado estrecha y muy amarga cuanta de todos nuestros bienes y males que aquí obramos...” por lo que nosotros “el Cabildo y cofrades que de suyo seremos mencionados, recelando y temiendo este espantoso y tremendo día, queriéndonos ejercitar en alguna obra piadosa y santa de penitencia, porque mejor razón de nosotros podamos dar en aquél día, acordamos de hacer una congregación y confradía con devotas y virtuosas y santas ordenanças y obras según y por la forma que el fuego del Espíritu Santo nos administrare y enseñase”.

La protestación de la condición de cofrade impregna todos los actos de la vida cotidiana de sus vecinos. Prueba de ello la encontramos documentalmente plasmada de una manera solemnísima en los testamentos. Contiene aquellos – con la seriedad que les impone la presencia del Escribano y de los testigos – las declaraciones más serias de la vida de una persona efectuadas para dejar establecida la “última voluntad”, aquella que ha de cumplirse precisamente cuando quien lo proclama no esté en el mundo de los vivos. Y es acto común a reyes, nobles y villanos. La mención de la condición de cofrade del testador además de por timbre de orgullo, es cumplimiento fraternal y solidario de las Reglas de la Hermandad que expresamente ordenan que: “...cuando Dios, nuestro Señor, fuere servido de llevar desta presente vida o alguna cofrade o cofrada de esta santa cofradía sean obligados a mandar una manda ...de cien maravedís arriba y esto se entienda teniéndolo el tal cofrade o cofrada y que para esto los nuestros alcaldes y mayordomos sean obligados, quando los llamaren para enterrar a alguno, de pedir testamento para verlo que mandan a esta cofradía...” Y no faltan ejemplos egregios de lo dicho.

Juan de Juni, en su testamento fechado en Valladolid el 8 de abril de 1.577, y otorgado ante el escribano de Número de Su Majestad Juan de Villasana, manifestó su voluntad de ser enterrado por la “cofradía y cofrades de nuestra señora de la quinta angustia desta villa donde yo soy cofrade y se les de limosna de un ducado para cera”; completando esta declaración con su voluntad de que “acompañe mi cuerpo la cofradía y cofrades de la sagrada pasión desta villa y se les de limosna de un ducado”.


 Nuestra Señora de las Angustias
Juan de Juni (1550-1564)
Ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias
(imagen tomada de internet)

Tal era la fuerza y pujanza de las hermandades de Penitencia en esta dorada época sólo aquellas cofradías que hubieran sido constituidas para fines piadosos o de penitencia fueron excluidas de la disolución de toda clase de Cabildo o Cofradía de oficiales ordenada por Carlos I en su Pragmática de 1.534.

Sabed, pues, que la realidad cofrade de Valladolid surge al margen de los reconocimientos oficiales; nace cuando Valladolid aún es villa y abadía dependiente del Obispado de Palencia y sigue presente a lo largo de los cambios sufridos por la Ciudad a lo largo de los siglos.

El espíritu de los intelectuales reformistas del XVIII no comprendió la especial “razón de ser” de las cofradías de Penitencia, fijándose tan sólo en los excesos que al hilo de las reuniones de cofrades se consideraron como manifestaciones “poco edificantes” y “contrarias al orden público”. La incomprensión oficial de un fenómeno tan hondamente popular no logró hacer desaparecer a nuestras cofradías, pero marcó profundamente el inicio de un largo periodo de decadencia. La ocupación francesa primero y las desamortizaciones de bienes, luego, supusieron la ruina económica de las Cofradías, el desmembramiento de su patrimonio, la pérdida de las rentas perpetuas constituidas por medio de censos ordenados durante las centurias anteriores en las disposiciones piadosas de generaciones de cofrades y devotos. Pero lo que parecía el final de nuestras Hermandades no fue sino el principio de una nueva etapa. Así, el interés de la Iglesia Universal en revitalizar instrumentos “asociativos” vinculados a las sociedades laicas que permitieran un acción de apostolado desde la sociedad supone un impulso a este tipo de asociaciones. Este carácter que enlaza con el espíritu conciliar de Trento – impulso del nacimiento y desarrollo de nuestras Cofradías en el XVI – encuentra su eco en las constituciones de Pío IX de 1.861 y, más tarde, en los principios que ordenan el Código de Derecho canónico de 1.918.

Aún así, la realidad histórica de nuestras hermandades de penitencia era más avanzada en su espíritu originario que lo que reflejaba el nuevo Derecho de la Iglesia a principios del siglo XX. Este último prohibió taxativamente a las mujeres ostentar y disfrutar de la condición de cofrade a la que aquellas tuvieron sin duda derecho desde siempre como nos lo dicen expresamente las viejas Reglas. “Razón y cosa justa es que los que den fe han y quieren entrar y bivir haciendo las obras meritorias en esta nuestra Confradía y hermandad... den y ayuden con sus expensas y haciendas para exercitarlas y llevar adelante. Por ende ordenamos y queremos que el confrade o confrada que ansí fuere nombrado según dicho es, que el... de disciplina pague de entrada ocho reales y el... de luz pague ansí mismo de su entrada doce reales y el... que quisiere entrar en esta dicha confradía por confrade escusado pague de su entrada OCHO DUCADOS y la confrada quince reales”. 

Y en este mismo sentido la Regla de las Angustias, reformada en 1.793 en su capítulo 32º ordena: “Que se admita por Diputada a esta Penitencial a qualquier muger que sea honesta y recogida, pagando por entrada la cantidad que ya queda estipulada...”. 

Son diecinueve las Cofradías de Penitencia que existen en Valladolid, de las que cinco estaban constituidas en el principio del siglo XVII. La Penitencial de la Santa Vera Cruz, la de la Pasión, la de la Quinta Angustia y Angustias, la de la Piedad y la de nuestro Padre Jesús Nazareno. Hasta completar el número indicado, el siglo XX ha visto la creación de las restantes y la recreación penitencial de la Venerable Orden Franciscana Seglar. Entre las primeras se encuentra vuestra Cofradía; la de la Pasión, cuyo carisma de caridad se centraba en el auxilio espiritual de los condenados a la pena capital. Era comanda de sus Diputados el alcanzar la limosna y acompañar al “reo” en tan supremo momento, extendiendo la protección y el amparo de la Cofradía a la familia del ajusticiado. 

Esta Cofradía es la que en su recorrido procesional del año 1.605 “va desde la Trinidad a Palacio y vuelve por la Platería y Plaza” en la tarde del Jueves Santo. Es la hermandad que erige su templo Penitencial a finales del siglo XVI y lo remodela a lo largo del XVII hasta configurar la traza del que actualmente se conserva. 

A ello se refiere MARTI y MONSO, cuando apoyándose en las anotaciones de los libros de acuerdos y cuentas de la Cofradía de la Pasión, afirma que en 1.898 que “próximamente había transcurrido un siglo desde que se concluyó el edificio para la Iglesia y Hospital; cuando no satisfechos los cofrades, intentaron levantar un nuevo templo. Corría el año 1.666... y fue llamado a ello Felipe Berrojo, que a la sazón estaba dirigiendo algunas obras en la Iglesia de Santa Cruz de Rioseco, por ser – decían los cofrades – el más insigne que se conoce de su profesión”.

 
Se da cuenta del inicio de estas gestiones a la Junta celebrada el 5 de junio de 1.666. Precisamente por contar con capital para iniciarla según afirman los testamentarios de Andrés Carreño, que había hecho cesión de algunos dineros para la Cofradía... Y pese a la unanimidad de la decisión de hacer las nuevas trazas no faltan, como ocurre hoy en nuestros días, ciertos reparos. Indica el citado estudioso que uno de los cofrades, el “Sr. Bartolomé Palacios dixo... que respecto de aver echo elección de la dixa traza mirasse la cofradía que hera hobra de muy considerable costa y que no avría caudal para ello... y que además es necesario que la capilla Mayor se adorne en la misma labor de talla por que no ha de quedar sin la correspondencia que debe tener”. 

En la ejecución de esta obra, ayer, como aún hoy, prima mucho el tesón, carácter y dineros de los cofrades, especialmente de quienes se convierten en “alma” y “sustento” de su realización; y en la Cofradía de la Pasión tendrán éste carácter Gregorio Rodríguez Gavilán, nieto de Gregorio Fernández y “ y Relator de la Sala de los Señores Alcaldes del Crimen de esta Corte”. El 20 se septiembre de 1.666 se celebró Junta de la Cofradía  y “Este día el Sr. Don Gregorio dijo... que puesto que el cuerpo de la Iglesia estaba ya tan adelante... hera necesario se tratase de hacer en la media naranja de la capilla mayor de Ntra. Sra. ottra obra que corresponda a la dicha iglesia, diferenciando las labores, florones y rrosones... y que era tanto el celo que le ansistía por la deboción que tenía a Ntra. Sra. que avía hecho computo de lo que podía costar la obra...” y se ofreció a costearla en compañía de otros dos cofrades que se unieron en el acto a su propuesta. Prosiguieron las obras y el 2 de junio de 1.667 los cofrades de la Pasión como muestra del buen ritmo de aquellas “dijeron que se tratava de hacer una portada de cantería en la iglesia desta cofradía desaciendo lo que oy tenía para que de todo punto quedase con la hermosura que hera raçon para que igualara al cuerpo de la iglesia y puesto que se havia dado a fin a lo que se acordó se yciese en ella y en la capilla mayor.... parecería bien se hiciese la dicha portada”. 

Aprobada la idea se recogieron limosnas para ejecutar la obra, esta comenzó, pero al poco quedó paralizada. Entonces, el nieto de Gregorio Fernández, con uno de esos actos de atrevimiento que siempre producen buenos resultados, mandó derribar la torre antigua para ver si de ese modo excitaba el celo de los demás cofrades; y aunque el hecho levantó gran algarada por haber obrado Rodríguez Gavilán sin atribuciones para ello, consiguió al fin y al cabo lo que se había propuesto. Gavilán es nombrado comisario de la cofradía para la supervisión de las obras y el 18 de agosto de 1.672 presentó la “quenta con cargo y data... y visto todo por el cabildo dio las gracias por el trabaxo que habia tomado de cuidar dicha obra y salir tan suntuoso edificio se devia a su cuidado”. 

En opinión de MARTI y MONSO, el resultado de aquella edificación no estaba a la altura de las exigencias del arte, pero lo cierto es que Valladolid disfruta hoy el legado de los cofrades de la Pasión que levantaron aquel Templo, casa que desgraciadamente no alberga hoy a la entidad que la fundó. Pero ambos elementos – Valladolid y sus Cofradías – no bastan para explicar hoy lo que supone la celebración de la Semana Santa. Hay un tercer elemento que conviene anunciar y pregonar en esta noche, que infunde el hálito de la vida a nuestra tradición cofrade; es el cofrade individual el que hace viva en cada momento la celebración pasional. 

Es la hora en este pregón recordar a las generaciones de vallisoletanos cofrades que fueron y que somos y de afirmar que la tradición cofrade siga viva. Sin los cofrades que reviven los viejos compromisos, comprometidos con su historia y con el futuro, la Cofradía sería un producto meramente histórico, manteniendo vivo artificialmente como consecuencia del turismo y del folklore. Y esto no es así.
Sabed que el vínculo fraternal que une a los cofrades en la caridad y la penitencia, siendo espiritual e invisible, tiene una expresión física a través de signos palpables. Este es el sentido de las “procesiones”. 

El diccionario se refiere, entre otros significados, a la palabra “procesión” definiéndola como el “acto de ir ordenadamente de un lugar a otro muchas personas, con algún fin público y solemne, por lo general religioso”. Esta es la voz que mejor cuadra al sentido que a aquellas dieron nuestros mayores y al que hoy queremos seguir dándole los cofrades. La procesión es la manifestación solemne y corporativa del vínculo de hermandad que une a los cofrades. Es la Cofradía la que se traslada de un lugar a otro, por lo que físicamente, al hacerlo así, la procesión viene idealmente a formar su cuerpo. Y no es capricho del hermano formar parte de ella, sino obligación impuesta por razón de la hermandad. Todos los hermanos están obligados a formar la procesión. La Regla que prometieron acatar les obliga. 

Leo la Regla de la Cofradía de las Angustias: “ORDENAMOS y mandamos que todos los confrades de esta santa confradía el día del Viernes de la Cruz (+) de cada año seamos obligados a hazer una procesión solemne lo mas devotamente que nos los dichos cofrades pudiéremos y Dios nuestro Señor nos ayude,  y en ella llevar las Insignias que a nuestros Mayordomos e Alcaldes les pareciere”. Y del mismo modo los contenían vuestras Reglas. 

Toda solemnidad especial de la Hermandad, congrega a los hermanos en torno a la Cofradía para formar el cortejo procesional. Así ocurre – y sigo con la regla de la Cofradía de las Angustias – en la llamada “Fiesta de Nuestra Señora de Marzo”, o en la Festividad de la Degollación de San Juan Bautista que con tanta solemnidad – incluido el indulto de un penado – celebra vuestra Cofradía de la Pasión. Aún hoy nos alcanza a todos los cofrades esta obligación. Si, como cofrades, olvidamos el viejo espíritu y no lo renovamos cada vez que nos congregamos en estas manifestaciones públicas, ocurrirá que la simple repetición de este acto llegue a desvirtuarlo. Este es el sentido del vocablo procesión en su aceptación figurada y familiar que le atribuye nuestro diccionario como “una o más hileras de personas que van de un lugar a otro” que despoja al término de su carácter de acto – fundado en la voluntad humana – y de las notas de orden y solemnidad que en todo momento deben adornarlo.

Por eso, recogiendo el testigo histórico que para todos vosotros como cofrades de la Pasión, y para quienes estamos ligados por los vínculos de la fraternidad cofrade en el seno de otras Cofradías o Hermandades de Penitencia de Valladolid, supone el cumplimiento de las viejas Reglas  fundacionales de la hermandad, os anuncio que en este año de gracia de Nuestro Señor Jesucristo de dos mil dos volverá a cumplirse lo ordenado. Os convoco, por tanto, a cumplir con la fraternal liturgia de la procesión. 

Recordad la vivencia de vuestros mayores, pero a la vez renovadla aportando vuestra propia vivencia y testimonio como cofrades de hoy. Que vuestra presencia en ellas sea signo activo de pertenencia a esta Cofradía Penitencial de la Pasión que sigue renovando, en el siglo XXI, escenas como aquellas que describiera Tomé Pinheiro da Veiga en su Fastiginia cuando al describir las procesiones de nuestra ciudad que tuvo la ocasión de presenciar dice: “ Las procesiones de Semana Santa son muchas, y con mucho más orden que las nuestras, de manera que la inferior de ellas es más notable que la mejor que nunca se hiciera en Lisboa”. Y ya entonces el portugués, a modo de avanzado periodista nos describe la primera procesión que sale de la Trinidad. No difiere mucho aquél orden procesional del que hoy renovamos, aunque son otros los actores principales que intervienen. Dice: “viene delante un guión de damasco negro con dos puntas de borlas” con la imagen de “Nuestra Señora al pie de la Cruz, cubierta con un velo negro”; “delante dos trompetas destemplados con los rostros cubiertos y enlutados, que mueven a mucha compasión y tristeza; luego un hermano con un cruz... y dos hachones de una y otra parte”. Aún hoy se abren nuestras procesiones del propio modo con las Insignias y guiones que las identifican. “Seguían 400 disciplinantes en dos filas en orden de procesión, 200 de cada parte, sin desorden alguno, cada uno en el lugar que tomó. Detrás de ellos 400 hermanos de la cofradía... con sus antorchas de cuatro pabilos, todos en el mismo orden, y en medio de ellos el primer paso... Seguían otros 400 disciplinantes por el mismo orden... detrás de ellos seguían 150 hermanos, con hachas y en el medio otro paso. En la última parte de la procesión, iban 600 disciplinantes y 300 hermanos con hachas y túnicas negras; y el paso era el de Nuestra Señora al pié de la Cruz, con Cristo Nuestro Señor en brazos, y las dos Marías”

Al final del cortejo, María. María en Soledad. María Angustiada con el cuerpo de Su Hijo, nuestro Salvador, muerto en el regazo. María intercesora. María Abogada. María Madre; María del Hijo muerto; Madre entregada por Cristo a todos los hombres en la persona del joven discípulo Juan. El primero que – como testigo cualificado de ello – dio testimonio escrito del que nos queda perpetua memoria en el Evangelio. Cuanto sufrimiento de María y, a la vez, cuanto gozo en los hombres. El corazón de la Madre roto – representado por la espada o los siete cuchillos que orlan a nuestras Dolorosas de Valladolid – nos acoge a cada uno de quienes manifestamos como cofrades, sentimos como cofrades y actuamos como tales. 

Y así Valladolid será testigo de cómo vosotros – hermanos de la Pasión – y por lo mismo vuestra añeja hermandad, hará el Ejercicio Público de las Cinco Llagas; y no será en la soledad de vuestra condición de cofrades sino en comunión con otras cinco comunidades de vida contemplativa. Os acompañará la ciudad expectante y, de forma más especial, lo harán las monjas: las hermanas cistercienses de esta Comunidad con la que compartís el calor del hogar; las del Convento de Santa Teresa – comunidad fundada por la Santa de Ávila, Doctora de la Iglesia –; las de los la Concepción; Santa Isabel de Hungría y Santa Catalina de Siena. Cistercienses, Carmelitas, Franciscanas, Dominicas. Vidas consagradas a Dios en un mundo que parece haberse olvidado de Él. Este llamamiento se extiende a la tarde del Jueves Santo para que asistáis, hermanos, a la Procesión de “Oración y Sacrificio”, en la que tras rememorar la institución, por Cristo Nuestro Señor, del Santísimo Sacramento de la eucaristía, en la jornada del “amor fraterno”, como signo de ese amor al prójimo, los cofrades se congregan para acudir en acto de adoración y penitencia hasta la Santa Iglesia Catedral para postrarse a los pies de Jesús Sacramentado; ante el Salvador que está presente de forma real en el Santísimo sacramento. Y no estáis solos. 

Valladolid peregrina hasta su primer Templo, en adoración y Penitencia. En la mañana han llenado sus naves los cofrades de la Hermandad Universitaria del Santo Cristo de la Luz para rezar su particular Vía-Crucis; luego, una vez establecido el Santísimo Sacramento en el monumento, acudirán hasta sus pies, primero los cofrades del Santo Cristo del Despojo, los del Descendimiento y Santo Cristo de la Buena Muerte, los de la Orden Franciscana Seglar, los de Ntro. Padre Jesús Resucitado y María Santísima de la Alegría, los de la Oración del Huerto y San Pascual Bailón y los de la Exaltación del Cruz y Nuestra Señora de los Dolores. 

A continuación será vuestra Cofradía de la Pasión, que traerá hasta los pies del Salvador la imagen del dolor y el perdón que, desde siempre, nos ha conmovido a todos los vallisoletanos. Tanto dolor en esa espalda flagelada y, al tiempo, la paz y la súplica de perdón al Padre para “quienes no saben lo que hacen”. 



Santísimo Cristo del Perdón
Bernardo del Rincón (1656)
Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo
(Imagen tomada del Archivo de la Cofradía de la Pasión)


A la medianoche le corresponde el turno a la Cofradía Penitencial de Jesús Nazareno postrarse y más adelante será la Ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias a la que – como sabéis – estoy fuertemente unido por esos lazos inexplicables que traza la tradición y el sentimiento y que son patrimonio común de todas las Cofradías y hermandades de este nuestro Valladolid querido. 

Esta es la llama que no se apaga porque la tradición es constante fuente de renovación. La tradición no es inmovilismo: es la proyección al futuro de las esencias del pasado. Es un sentimiento inenarrable. Es difícil encontrar las palabras para describir esa emoción que un día sentimos cuando nos permitieron vestir – conscientemente – nuestra primera túnica; cuando pudimos no sólo asistir – de la mano de nuestros padres – sino ser protagonistas de aquellos primeros actos solemnes y festivos de nuestra Cofradía: las procesiones, los Cabildos, los refrescos. 

Cómo narrar ahora aquel orgullo adolescente con el que hacíamos saber a los demás que éramos cofrades; de aquella primera vez que el Mayordomo del Paso, el Alcalde o el Secretario, se dirigieron a nosotros – que nos creíamos transparentes a sus ojos – no para reñirnos como a niños sino para pedirnos, como jóvenes, que arrimáramos el hombro para portar nuestras Imágenes. Estos sentimientos son intransferibles, pero el reflejo de cómo los vivimos cada uno de quienes nos llamamos cofrades, cala a nuestro alrededor, como caló en nosotros el de nuestros mayores. En el momento en que, aislado de todo y amparado en el anonimato del capirote, fijos los ojos en la Madre, cuya Venerada Imagen suspendida por el amor y esfuerzo de sus hijos penitentes – como si flotara – en el atrio de su Templo, una sacudida interior hace brotar lágrimas a los ojos. Lágrimas que son oración. En el momento en que sientes como tus hijos, que te han venido observando durante años sin comprender pero siempre de cerca de ti, aprietan su mano contra la tuya y te dicen, con la seriedad y candor de las promesas que son para toda la vida, que quieren ser cofrades como lo eres tu, lo fue el hermano o el abuelo del abuelo, integrándose contigo en esa cadena invisible que se crea alrededor de toda hermandad. Es en estos momentos cuando comprendes que la cadena no se ha roto; que el sentido de lo que hicieron aquellos primeros cofrades que – en el siglo XVI, en el XVII o en el XX – formularon su primer compromiso fundacional, tiene su garantía de futuro y transmisión a las generaciones venideras. 

Es el momento de que calle el Pregonero y hablen los cofrades para que Valladolid y quienes se acerquen hasta ella durante los días que se aproximan puedan sentir que debajo de las túnicas y capirotes hay vida, vida cofrade comprometida y responsable.
  
He dicho.
            
                         
José Millaruelo Aparicio

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