Como indiqué en un artículo anterior, próxima a llegar la Cuaresma, quiero aprovechar el blog para que tengan cabida en él algunos temas importantes sobre los que reflexionar. Comienza la serie con la intervención de Don José Luis Lopez Zubillaga, Vicario Judicial del Arzobispado de Valladolid, Canónigo de la Santa Iglesia Catedral Metropolitana y Capellán de la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo, quien en tres artículos nos hablará de las virtudes teologales. Comienza hoy con "La Fe". Aprovecho la ocasión para darle las gracias de corazón por su intervención.
Hablar
de la fe supone hablar de alguna forma del misterio inefable de Dios. La
realidad del ser humano se manifiesta en un mundo material, conocido a través
de los sentidos. Para muchas personas ese mundo tangible y cognoscible por
nuestros sentidos es el único real y existente. Sin
embargo, la vida humana no se puede explicar únicamente desde parámetros
materiales. Existen en el hombre realidades que exceden y superan lo material.
Quizá la más importante sea aquella que al fin es el principal motor de la vida
del hombre; el amor. Siendo el amor una realidad enteramente espiritual muestra
claramente que en el hombre existe algo más elevado que lo que se ve y se toca,
es su alma inmortal. Realidad enteramente espiritual y verdadero motor de la
vida humana. De la
misma forma que en cada persona humana se aúna una realidad material: el
cuerpo, junto a otra enteramente espiritual: el alma; en la realidad que nos
rodea se dan también ambos aspectos: material y espiritual o sobrenatural. Muchas
personas creen que la vida eterna y las realidades sobrenaturales están más
allá de esta vida. Que aquello es algo que se inicia a partir de la muerte. Lo cierto es que esas
realidades están aquí y ahora junto a nosotros, incluso están en nosotros. La
misma vida eterna que el cristiano anhela la lleva en su alma como en germen o
semilla que se va desarrollando hasta alcanzar su pleno esplendor con la visión
de Dios. Pues
bien, existe un puente que une ambas realidades, natural y sobrenatural, ese
puente es la fe. La fe
no es como algunos creen oscuridad o ceguera, es luz, luz de Dios que
iluminando nuestro entendimiento nos ayuda a aceptar la verdad de esas
realidades sobrenaturales que no vemos, pero que están junto a nosotros cada
día interaccionando en nuestro existir, aunque en tantas ocasiones no seamos
conscientes de ello. La fe
es por eso mismo gracia, don, regalo de Dios, del Dios verdadero que es amor y
que quiere mostrarnos la vida verdadera, la verdad que nos salva y el camino
que conduce hacia nuestra salvación. Realidades todas de naturaleza espiritual,
y por tanto invisibles, pero no por ello menos reales que aquellas tangibles. La fe
es por ello camino que nos conduce a Dios. Por la luz de la fe nuestra razón es
capaz de aceptar verdades inefables que Dios nos ha revelado acerca de sí mismo
o de nuestra salvación. Por
ello, la fe es la puerta de la verdad ya que su luz nos enseña verdades
sobrenaturales que superan la limitación de la mente humana porque pertenecen
al profundo misterio de Dios, inmenso, infinito e inabarcable. La fe con la
fuerza de la luz divina nos muestra como razonables los misterios que no
podemos conocer racionalmente, pero que sin repugnar a la razón humana están
más lejos que sus posibilidades de comprensión. La fe nos abre la puerta de lo
infinito, de lo supra natural, de lo divino. Pero la
cualidad principal de la fe no está en todo esto, su principal virtud consiste
en transformar nuestro entero ser, en llevarnos a la profundidad de nuestro espíritu,
nuestra alma, para mostrarnos allí la vida verdadera. De nada
serviría poder conocer la existencia de todas esas realidades espirituales que
conviven con nosotros si sólo pudiésemos verlas de lejos, como en un sueño. La
principal virtualidad de la fe consiste en hacernos participar de esas
realidades que conocemos por medio de ella. Porque
la fe no es algo estático, es dinámica, es vital, es movimiento de amor que nos
lleva a desear lo conocido, a participar en ello. Por eso la fe es también acto
humano, y acto humano libre por el cual el alma del hombre acoge libremente la
luz que Dios le otorga.
¿Que quieres que te haga?. "Dómine, ut videam". Señor, que vea.
Jesús curando al ciego Bartimeo
(Imagen tomada de internet)
Esa luz
divina que Dios concede al hombre tiene sobre todo un objeto esencial:
Jesucristo. Él es el destinatario primordial de nuestra fe, porque en Él Dios
se ha manifestado al hombre, no solamente en el mundo sobrenatural, sino
también en el natural. Jesucristo es Dios cercano, amigo y hermano del hombre.
Su encarnación nos ha mostrado el rostro de Dios, su bondad, misericordia y
amor con los hombres. Los
Santos Evangelios constituyen ese relato vivo de la vida del Salvador en cuyas
acciones, palabras y gestos se hace presente Dios mismo tangible, visible y
admirable. Es por eso que la fe encuentra su primer objeto en la Persona divina
del Salvador, porque Él es de alguna forma el compendio de todo aquello que
Dios ha querido revelar al hombre y del profundo e inefable misterio de Dios
mismo, viviente y operante en la humanidad del Redentor. Por eso
la fe es esencial para poder encontrar el Camino, la Verdad y la Vida que salvan
al hombre. Sin fe la realidad humana quedaría como truncada y cercenada en su
más profundo centro, ya que sólo Jesucristo tiene la respuesta que nos salva.
La vida feliz que el hombre anhela con denuedo trasciende lo material, porque
lo meramente corpóreo no puede satisfacer una sed infinita de amor que late en
cada corazón humano. Esa sed de amor busca al amor y sólo éste puede
satisfacerla plenamente. Ese amor, cualidad espiritual del alma humana,
necesita atravesar la puerta de la fe para encontrar el agua de la vida, el
único amor verdadero que colma el alma en una explosión de amor y felicidad
infinitos que nos unen con Aquel que es Amor. Dulce
fe, puerta de la vida. Amable luz que iluminas el camino de la dicha. Regalo de
amor del Amor. Gozo inefable del alma que en ti halla el consuelo a las penas
que se ven, por la dicha de la gloria invisible. Puerta del cielo, gozo del
Paraíso que sostienes la debilidad del hombre en la prueba atando al alma a las
promesas divinas. Divino don que nos haces hijos por el Hijo. No
puede caber mayor dicha que vivir en la fe para, después del tránsito de esta
vida, encontrar a Aquel con quien la fe nos ha mantenido unidos en toda nuestra
vida mortal. Gloriosa fe que nos lleva de la mano al encuentro con la plenitud de
nuestro ser, con nuestro creador, con nuestro salvador, con nuestro amor.
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